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Por Francisco Sotelo, El Tribuno
10 DE Febrero 2013 - 01:36
Héctor Timerman ocupó gran parte de la escena pública en los últimos días. Su viaje a Gran Bretaña por las islas Malvinas, por una parte, y el protocolo de entendimiento con Irán por el atentado contra la AMIA, por otra, otorgaron a las cuestiones internacionales un relevancia que no siempre encuentran en el interés colectivo.
En realidad, las relaciones con otros países no deberían ser utilizadas para la política interna, pero eso es habitual en la Argentina, especialmente en la última década.
El acuerdo con Irán es de alto riesgo. La desaparición de Hugo Chávez dejó acéfalo al bloque de países bolivarianos y la diplomacia argentina parece dispuesta a abrir las puertas el régimen teocrático de Irán para, de esa manera, posicionar a Cristina al frente del sub-bloque. El costo, al parecer, será el sacrificio de la soberanía judicial, la resignación de principios en materia de derechos humanos y justicia contra el terrorismo de Estado y un conflicto inevitable con la hasta ahora dócil colectividad judía.
A un mes del referéndum
En cambio, la gira de Timerman por Londres tiene otros matices. En primer lugar cuesta entender para qué fueron él y su comitiva. Allí dialogó con dos diarios británicos, se reunió con legisladores ingleses en cuya agenda no figuraba el conflicto austral y nada aportaron a su resolución y con un grupo de periodistas y escritores, en general, ignotos, que apoyan un diálogo por la soberanía en el archipiélago.
La revisión de fondo debería apuntar a preguntarse si la “diplomacia de la bronca”, basada en declaraciones y expresiones desiderativas, cuenta con los tres soportes esenciales, las “tres D”: diplomacia, dinero y divisas. Sin ellas, va al fracaso.
Los isleños, tema central
Timerman no se reunió con su par británico, William Hague, quien lo había invitado a dialogar sobre las islas en presencia de representantes de los isleños. El canciller argentino, por orden de la presidenta, no aceptó esa condición pero viajó lo mismo. Desde Londres anticipó que antes de veinte años la Argentina recuperará las islas, sostuvo que la obstinación británica tiene “olor a petróleo” y prometió mejorar la calidad de vida de los kelpers.
Desde hace mucho se señala que el progreso sostenido de Brasil y el retroceso internacional de la Argentina en los últimos setenta años se debe a que mientras Brasilia apuesta a la diplomacia profesional, que ordena sus acciones de acuerdo a los intereses del Estado y no del gobierno de turno, nuestro país privilegia a la diplomacia a cargo de políticos. La embajadora en Londres, Alicia Castro, es una figura política muy sólida para el discurso interno, pero no es embajadora. Las expresiones de Timerman, diplomáticamente hablando, fueron endebles. El dirigente radical Rodolfo Terragno, uno de los mejores conocedores de la mentalidad británica, sostiene que la autodeterminación de los isleños es el as en la manga que tiene Londres para crear la república de Falklands y otorgarle el rango de país asociado.
El año pasado nuestro país adoptó conductas tan erráticas como agresivas para bloquear a las Malvinas. La bandera de las Falklands no puede entrar a puertos del Mercosur, la importación de productos británicos sufre un boicot oficioso y los cruceros ingleses no llegan a la Antártida.
“La agresividad argentina hace el juego al Reino Unido”, advierte Terragno. “Hay instrumentos, aún intactos, que urge emplear, no para lograr la (ilusoria) recuperación de las islas en el corto plazo. Sí para evitar que las perdamos para siempre”, dice. “La clave consiste en desbaratar, cuanto antes, la excusa británica de la autodeterminación. El Reino Unido dice que las islas serán del país que los isleños quieran. Invoca, para ello, el derecho de autodeterminación: algo que sólo tienen los pueblos sojuzgados que ansían liberarse”.
La herramienta que no usamos
El excanciller laborista Robin Cook fue claro: “Debemos fundarnos sobre la autodeterminación. Nuestros territorios de ultramar, como las Falklands, serán británicos mientras ellos deseen ser británicos. Cuando requieran su independencia, Gran Bretaña se la otorgará de buena gana”.
Otorgarán la independencia aparente y luego celebrarán un Tratado de Libre Asociación. Allí, la cuestión será definitiva. El principio de autodeterminación de los pueblos tendrá consolidación institucional y la posición argentina perderá los apoyos que hoy tiene.
Eso, y no otra cosa, representa el referéndum del 11 de marzo donde 1.500 kelpers dirán que quieren ser británicos.
Terragno advierte que la diplomacia británica, más que nadie, sabe que las islas Malvinas son argentinas, pero que hay antecedentes que aniquilan el principio de autodeterminación aplicado en el caso de los kelpers: “La British Nationality (Falkland Islands) Act, sancionada por el Reino Unido después de la guerra de 1982, reconoce lo que siempre ha dicho la Argentina: los isleños son parte del Reino Unido. Para el derecho británico, hoy no hay diferencia entre los nacidos en las Malvinas, Manchester o Liverpool. Todos ellos son compatriotas. Los habitantes de las Malvinas no pueden, por lo tanto, arbitrar un conflicto entre su propio país y la Argentina. La ley del Reino Unido es confesión de parte”.
Con actitudes inocentes, la estrategia argentina corre serio riesgo. Si el canciller propone mejorar la calidad de vida de los isleños debería analizar que el ingreso per cápita de los kelpers, gracias a la pesca, duplica casi al de los habitantes porteños y cuadruplica el de los argentinos. Si no se tiene en cuenta todo esto, un día Naciones Unidas recibirá un nuevo estado “soberano”: la República de las Falklands.
El olor al petróleo
El “olor a petróleo” del que habló el canciller existe y es determinante para ambos países.
El especialista de la universidad Di Tella, Juan Gabriel Tokatlian, explica que según las estimaciones más conservadores, sería posible hallar allí unos 3,5 billones de barriles de petróleo; según la British Geological Society podrían obtenerse 60 billones. Hay dos opciones en el manejo del petróleo y el gas: cooperar para alcanzar un beneficio conjunto de tal riqueza o procurar un usufructo unilateral.
Tokatlian advierte que el enojo, la diplomacia de la bronca, puede ser un recurso más, pero sin una diplomacia competente, una defensa sólida y poder económico que lo sustente, resulta estéril y frustrante.
El referéndum se realizará dentro de un mes. Si la manifestación de los kelpers va más allá de la ciudadanía e incluye un planteo de independencia, la posición argentina sufriría enorme retroceso. Quedan por delante cuatro semanas cruciales, en las que hará falta, como nunca, de la diplomacia profesional.