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Leonor Ontiveros en su puesto de flores. Javier Corbalán
Leonor Ontiveros vende flores en la puerta del cementerio hace más de 50 años.
27 DE Marzo 2017 - 00:00
Carmen Petrini locales@eltribuno.com.ar
"Comencé en esto cuando tenía 8 años, ahora tengo 64 y nunca dejé de trabajar con las flores", dijo Leonor Raquel Ontiveros, la primera florista del cementerio San Antonio de Padua, ubicado al costado del canchón municipal.
Leonor se levanta a las 5 para dejarle la comida preparada a cuatro de los 15 nietos que tiene. "Yo les preparo la comida. Ellos pasan al mediodía y comen y se van a su casa", contó. Después la mujer se va a su puesto donde trabaja desde las 7 hasta las 19. No cierra ni para comer.
"Tengo que estar aquí, los clientes me buscan a mí". Leonor no sabe de feriados ni de fines de semanas, al contrario, son los días que más trabaja.
Desde muy niña
Cuando murió uno de sus hermanitos, allá por 1960, ella tenía 8 años y fueron a sepultarlo al cementerio de la Santa Cruz. En esa ocasión inundada de dolor, observó la presencia de niños que tenían su edad y que estaban trabajando en el lugar limpiando flores y ayudando a acomodar los puestos.
Sin más vueltas, le dijo a su madre que quería trabajar allí. "Al otro día fui para ganarme mi platita y así poder ayudar en mi casa", contó Leonor con naturalidad.
Al poco tiempo comenzó a trabajar para una florista. Pasaban a buscarla a las 7 y trabajaba casi todo el día.
"Yo aprendí cómo se hacían los ramos, entonces con los año me animé y me puse en la esquina del cementerio a vender mis flores", recordó.
A los 15 años se casó. Su marido era funebrero y tenía unos siete años más que ella. "Viví 29 años con mi marido y tuve seis hijos. Quedé viuda hace 22 años", contó Leonor.
Su rostro se ve cansado, ya no tiene las fuerzas de antes, pero no se puede jubilar porque dejó de hacer aportes. "Mientras estaba vivo mi marido los hacía, pero cuando él murió ya no continué porque no entiendo. Yo apenas hice la primaria y tenía que seguir criando a mis hijos", dijo.
La venta, hoy
Leonor se queja porque cada vez se venden menos flores y los gastos son cada vez mayores. "Hay que trabajar hasta que Dios nos lleve, es el destino del pobre", reflexionó resignada.
Las flores no son imprescindibles, es uno de las gastos que la gente puede recortar. "Antes se vendían las rosas y los claveles por docena, ahora no, se hacen ramos surtiditos para que salga más barato", un ramo surtido cuesta 40 pesos y un ramo de rosas o claveles, 200.
Leonor, que lleva mucho más de 50 años en el rubro, sabe que la gente tiene cada vez menos tiempo para ir al cementerio, así que prepara unos floreros en botellas de plástico, con cemento y flores artificiales, que cuestan 40 pesos. "Así la gente las coloca en la tumba o en el nicho y no hay necesidad de venir tan seguido si no puede", agregó.
"Nosotros aquí pagamos todos los impuestos. A veces me atraso con el monotributo pero en cuanto puedo me pongo al día", dijo la trabajadora, y agregó: "Si uno no trabaja todo el día, no alcanza para pagar la luz, el gas, el canon y el pan de cada día"