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20 DE Junio 2017 - 17:49
Más allá de la interpretación política de lo que pueda ocurrir en octubre, que siempre es sesgada desde el ángulo que se mire, un dato es insoslayable: Cristina continúa siendo una protagonista central de la política argentina, pese a haber dejado el poder hace más de un año y medio.
Sobre su figura se centra la principal potencialidad electoral de Cambiemos, amparado en su elevada imagen negativa, y también del kirchnerismo extremo, que no logró sacar un solo dirigente con peso político propio que encare una renovación interna.
¿Qué sería ganar esta elección para un personaje de la talla de la expresidenta? Un análisis simplista podría indicar que imponerse en la provincia de Buenos Aires, aún por poco margen, sería una victoria política en sí misma si es candidata. Otra forma de ver las cosas puede llevar a la conclusión de que lo más importante es su ingreso al Congreso nacional, lo que la blindaría ante la avanzada de causas judiciales en su contra y le daría un liderazgo excluyente al kirchnerismo parlamentario del que hoy carece. Un triunfo político de Cristina, incluso, podría darse independientemente de su propia actuación, en el caso de que el macrismo llegue a retroceder en su cantidad de bancas, algo que auguran muy pocos sondeos a nivel nacional.
En su lanzamiento de ayer, Cristina buscó ayer ponerle rostros humanos a cada uno de los problemas del Gobierno. Lo hizo con el aumento de tarifas, con la suba de la inflación, con las desaveniencias del PAMI, con la crisis de los hospitales y con la marcha atrás en las pensiones por discapacidad. La puesta en escena tuvo un objetivo claro: humanizar lo más posible la imagen de una dirigente que para muchos representa la frivolidad. Incluso, también sorprendió que la duración del discurso sea menor a la que tenía acostumbrados a los argentinos. ¿Menos cosas para decir que antes? Nada de eso, estrategia electoral para no cansar a quienes la boicoteaban por hablar horas por cadena nacional.
Así como Cristina fue astuta en eludir la confrontación con Randazzo, que le proponía ciertos riesgos que no estaba dispuesta a correr, el Gobierno también tiene su estrategia ante una eventual victoria de ella, que es ponerle candidatos enfrente que no son de su envergadura. “Si le ganamos a Cristina con Bullrich y Manes somos Gardel, y si perdemos lo haremos sin desgastar a ninguno de nuestros pilares partidarios, básicamente Mauricio Macri y María Eugenia Vidal”, le dijo ayer a El Tribuno un influyente operador electoral del Gobierno que pidió reserva de su identidad.
La especulación macrista para bajarle el precio a una eventual victoria de Unidad Ciudadana tiene ribetes estratégicos, es verdad, pero también limitaciones ineludibles: pese a contar con todo el aparato del Estado nacional y provincial, el macrismo no fue capaz de apalancar a algún postulante que genere expectativas por sí mismo. La falta de renovación no es solo kirchnerista.