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10 DE Diciembre 2018 - 17:13
El fútbol tiene esas cosas. Es impredecible, vacilante, injusto muchas veces pero también es más lógico de lo que uno supone. La tremenda definición copera que armaron River y Boca lo mezcló todo. Pero al final, en el sarandeo de tanto histeriqueo y fuego cruzado, dejando de lado el chiquitaje y las cargadas, quitando la basura del camino, prevaleció lo que debería prevalecer siempre: el fútbol en su esencia pura y exclusivamente colectiva.
Demostrado y certificado, ganó el mejor. Con sufrimiento, pero lo hizo. Suena a “frase hecha”, pero es así de concreto y no hay más vuelta que darle. Más allá de haber sido beneficiado con el VAR, como cuando Pinola debió ser expulsado y a Independiente no le dieron un claro penal en los cuartos de final, o como cuando a Gustavo Bou le anularon un gol lícito de Racing en el arranque de los octavos. Más allá de esto, el equipo de Gallardo también hizo méritos con el juego en equipo que sus rivales no tuvieron. Fue un equipo confiable. River tenía otro espíritu. No era capricho que Boca pagara mejor en las casas de apuestas. No era favorito aún con el cambio de sede. River metía miedo de verdad. Y si Boca y su gente se ilusionaron con llegar a la séptima Libertadores, fue por lo otro: jugadores capaces de hacer trizas sueños y lógica.
River es un campeón forjado de principio a fin básicamente. Hubo una campaña de sustento. No había que perder de vista que el xeneize se metió en el play off por la ventana con una mano del Palmeiras en la última fecha en una primera fase de grupo en la que no fue convincente. En cambio, River, sin ser haber sido una “bomba”, fue mucho más claro.
River ayudó a su propia suerte y de eso también se valen los campeones. River perdió una sola vez en toda la Copa. Y cuando debió pisar el acelerador se llevó puesto a todos. Anecdótico o casual, les pasó el trapo a los otros grandes del país metiéndoles tres goles a cada uno. Casi empecinado con ese número, estuvo tres veces abajo en la final contra su archirrival y se levantó las tres veces. River es la prueba viviente de que los merecimientos sí existen.