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Hace una semana decidieron el corte ante la indiferencia de los funcionarios. Pedían alumbrado en la zona que habitan. La respuesta llegó con gases y balas de goma.
24 DE Mayo 2018 - 14:51
Los gritos indios y el frío sonido de las balas oficiales rompieron ayer la indiferencia en el Chaco salteño. La represión siempre es cruel y desigual, pero al menos servirá para poner sobre el tapete el abandono estatal al que fueron sometidas las familias de seis comunidades aborígenes que, intentando salvarse de la furia del Pilcomayo, se asentaron precariamente en carpas de plástico de silo a la vera de la ruta provincial 54 hace ya cuatro penosos meses.
A pesar de las constantes publicaciones de este diario planteando la crítica situación de los wichis, la indiferencia fue absoluta. Hace una semana decidieron cortar la ruta para llamar la atención de las autoridades municipales, provinciales y de los legisladores que parecen provenir de otra ciudad o de otro planeta, ignorando por completo las imperiosas necesidades de quienes representan. La respuesta se hizo esperar hasta ayer, y fue contundente: Infantería reprimió con gases y balas de goma sin mediar palabra.
El saldo fue de varios heridos, muchos chicos que tomaban clases en las aulas móviles huyeron asustados hacia el monte, y dos dirigentes wichis fueron detenidos: Mario y Rogelio Segundo, quienes quedaron a instancias del juez Nelso Aramayo, de Tartagal.
Están acostumbrados a no tener nada, a perderlo todo cada verano por la furia del río. Sucios, enfermos y hambrientos, los wichis de seis comunidades espantadas por el Pilcomayo en el último enero, se asentaron en el monte, lo más lejos del río que les fue posible, en un lugar que llamaron la nueva Curvita. Los voluntarios solidarios les facilitaron algunos víveres y ropas, la Municipalidad de Santa Victoria Este les lleva agua en camión cisterna casi a diario, y la Provincia les acercó unas cuantas chapas para armar un techo que les sirve como centro comunitario, sin paredes, claro. Más de cuatro meses llevan así: pidiendo luz pública: solo un poste con un foco, usando las ropas regaladas hasta gastarlas, teniendo como “domicilio” las carpas en el monte, caminando en la oscuridad con terror a las mordeduras mortales de coral y cascabel, sin un puesto de salud, y con muy poco que comer.
Luego de la represión, Arsenio Corbalán, en representación de sus hermanos aborígenes, dijo: “La Infantería no medió palabra, solo reprimió mientras algunos nos gritaban ‘fuera indios, no sirven para nada, vayan a estudiar’. Los chicos estaban en las aulas móviles a menos de 200 metros, y salieron huyendo al monte. Tiraron gases lacrimógenos y balas de goma a cualquiera, hay ancianos y discapacitados heridos”.
Agregó: “Primero nos castiga la naturaleza y el Gobierno nos vuelve a castigar. Nadie nos dio la cara, la primera autoridad que vimos es la Infantería con sus balas de goma. Y para colmo, en un total acto de injusticia, se llevaron detenidos a nuestros dirigentes. Por eso vamos a convocar a todos los caciques para ver qué hacer ahora”.