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Aunque el título de alta costura le resulta poco humilde, lo que más le gusta es la ropa de fiesta. Andrés Mansilla
María Gloria Liendro revela detalles de una profesión que debió transformarse ante el cambio de los tiempos.
13 DE Enero 2019 - 00:50
Cuando le tocó empezar la secundaria, su padre le dijo que tendría un año de posibilidad: "Si no rendís, buscás un oficio o te vas a trabajar". A los 14 años, María Gloria Liendro (60) no superó con éxito el primer año del colegio secundario y pensó que ser modista sería una profesión linda y provechosa. Se anotó en la escuela José Evaristo Uriburu, en Salta capital, y allí comenzó la carrera de Corte y Confección, que duró cuatro largos y nutridos años.
Entre clases de matemática, lengua y religión, conoció la teoría de la costura y del bordado, y aprendió a concretar estos aprendizajes en los trabajos que debía presentar cada año. "Muchos dicen que es de ojito o de sacar moldes de las revistas" -advirtió-. "A mí me enseñaron desde la base, a tomar las medidas, a hacer los moldes y a llevarlos a la práctica". Ante un error, debía descoser y volver a coser y así se hizo "demasiado detallista".
Al hablar con El Tribuno, recordó que poco antes de recibirse una señora fue a la clase para pedirle a la profesora que le recomendara a una chica responsable y honesta. De la mano de Beatriz Peñalva, Gloria empezó a ejercitar todo lo aprendido. "Ella fue la que me dio la base primordial. En esa época yo tenía 17 años. Ella tuvo la paciencia de enseñarme. No solo fue mi maestra, sino también mi mamá, mi amiga, mi hermana. Ella fue la que me guió para unir lo que quiere la clienta con lo que una sabe", relató. Gloria aprendió a combinar colores y texturas, y pocos años después hacía tapices y casullas de sacerdotes.
A través de esta señora, Gloria armó una cartera de clientes chica y exclusiva: "No son más de 10 o 12 que año redondo van dando vueltas en épocas específicas". Relató que, con el paso de los años, han recurrido a ella las hijas, las nietas y hasta las bisnietas de sus clientas primeras. Incluso algunos varones la eligen para hacer achicar, arreglar y diseñar algunas prendas elegantes.
Cuando era joven vivió muchos años en Buenos Aires y siempre viajaba con su máquina de coser a cuestas. Trabajaba en el servicio doméstico y aprovechaba los tiempos libres para hacer trabajos de costura: "Mis patronas quizás compraban un modelo y querían repetirlo. Entonces buscaban otras telas y colores y yo los hacía". Cuando volvía a Salta, para las fiestas, le confeccionaba prendas a su mamá para que luciera los fines de año.
Aunque el título de "alta costura" le resulta poco humilde, lo que más le gusta a Gloria es la ropa de fiesta: "Es un desafío más grande ver cómo salen. Me encanta crear algo sobre eso que hay ahí y tratar las telas con mucha delicadeza y cuidado". Desde junio a diciembre últimos tuvo ocho casamientos e hizo vestidos para las novias, las madrinas y las hermanas de las novias: "Fue hermoso porque una se siente viva".
Gloria confesó que disfruta mucho de confeccionar prendas desde la base, aunque lamentó que hoy no se valora tanto la ropa hecha por una modista: "En la peluquería una ve cómo la van dejando, pero no ve lo que hace la modista detrás de una prenda. A la peluquería una vuelve dos o tres meses después, pero lo que hizo la modista queda por años".
Tiempos de plástico
En los últimos 40 años muchas cosas han cambiado en la sociedad y la moda no ha sido ajena a estos cambios. Gloria contó que hubo un parate de creaciones nuevas. Muchas clientas prefieren hacer arreglos a las prendas que consiguen en las ferias americanas a precios más accesibles. "Para hacer un arreglo hay que desarmar y adaptar, y a veces no hay con qué hacerlo. Entonces, hay que ingeniárselas. Si sobra un ruedo, bárbaro, pero si no hay de la misma tela, ¿cómo se hace?", preguntó.
Observó que en los últimos años la calidad de los géneros en el mercado salteño ha bajado mucho y que los buenos resultan carísimos. Advirtió que esto sucede también con telas que sus clientas traen de Estados Unidos, Italia, Brasil o Chile: "Algunas pueden llegar a ser un poquito mejor, pero no tanto... Cuando una llega a trabajarla, se pega cada desilusión".
Hasta las máquinas de coser han sucumbido a la liviandad y en poco más de 10 años han mutado del hierro al plástico. La última que tiene es de 2017, porque una que compró en 2016 le duró apenas un año. Una Singer de hierro que adquirió en 2005 tiene repuestos difíciles de conseguir. La más fiel es una máquina eléctrica y a pedal que era de su suegra -también, modista-, que tiene unos 40 años y le permite salir de apuros cuando no hay luz.
Valor de familia
Junto a su marido, Héctor Rafael Arnedo, y con mucho esfuerzo, Gloria crió a Lourdes (27) y a Emmanuel (25). Además de ser buenas personas, ella es comunicadora social y el se anotó para cursar la tecnicatura en Higiene y Seguridad.
Recordó cuando, durante la crisis de 2001, su marido perdió el trabajo y tuvieron que vender la casa y el auto. "Un pozo enorme, del que no sabíamos cómo salir", confesó. En medio de ese dolor, la alivió la visita de la señora Beatriz, que se sentó frente a ella y la escuchó, mientras tomaban agua. "Esa fue la tarde más hermosa, que nunca voy a olvidar", confesó. "Su tiempo, que para ella era tan valioso, me lo dedicó a mí y eso fue lo más grande".
Gloria reconoció que su padre le dio una sola oportunidad porque no podía darle otra. Sin embargo, el tener la profesión de modista le permitió siempre salir adelante.