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La intelectual y exlegisladora describe en este artículo el plus único de Salta y los valles, la calidez y disponibilidad de su pueblo a raíz del accidente que sufrió la pareja de holandeses -amigos suyos-, luego de ser arrastrados por un alud en Seclantás.
14 DE Febrero 2019 - 00:00
Siempre me sorprende que sorprenda, especialmente entre los salteños, que visite Cachi cada vez que puedo y mi actividad me lo permite. Ese pequeño pueblo blanco, colgado de las montañas al que llegué por la hospitalidad de mi amiga, Guadalupe Noble, que hizo de ese Villarejo su "lugar en el mundo" como suele explicar a los también sorprendidos por su radicación a más de mil kilómetros de la capital y a tres mil metros sobre lo que se vive como la tierra firme junto al mar.
Si ya el serpenteante ascenso por la Cuesta del Obispo hacia las nubes y el vuelo de los cóndores justifican la elección sin demasiada explicación, los paisajes, por más bellos, sin las personas que los habitan, aparecen despojados, como una fotografía de propaganda turística.
Lo opuesto a lo que motiva este texto. Cuando ya todo parece un mal sueño y la vida se impone por sus milagros, permítaseme el privilegio de contar con este espacio para agradecer en voz alta a las personas que esconden las montañas.
La solidaridad, dedicación y ayuda de todos los que contribuyeron a que Annic, mi amiga holandesa, arrastrada por un alud en una excursión a las cuevas de Acsibi haya sobrevivido y permanecido casi diez días en el hospital de Cachi bajo el cuidado del Dr. Vicente García, quien no necesitó de la aparatología para acertar en el diagnóstico y en los cuidados y nos dio la confianza para tomar la decisión que ahora sabemos acertada.
Haber permanecido en observación en el sencillo hospital de Cachi que para el tipo de heridas cortantes, ofreció el aire puro, el mejor antídoto a lo que en los grandes centros es una amenaza, la infección hospitalar. Y la afectuosa atención personalizada más eficaz, muchas veces, que el más potente de los medicamentos. Dicho esto, permítaseme hacer un poco de historia.
El embajador holandés
En los años noventa trabé amistad y confianza con el que era en la época el embajador de los Países Bajos, Ed Craanenver. Eran los tiempos en los que el príncipe de Holanda se había enamorado de una muchacha argentina, Máxima Zorreguieta. Una historia de amor que como todo lo que sucedió en la Argentina de la violencia política terminó contaminada por el terrorismo de Estado. Nadie se oponía al noviazgo, pero el Parlamento holandés exigía que el padre de la novia, un funcionario del gobierno de Videla, no asistiera a la boda y que la hoy Reina de los Países Bajos renunciara a la ciudadanía argentina, algo que los argentinos no podemos hacer.
Entonces yo fungía como periodista, corresponsal extranjera, y pude constatar la delicadeza con la que el embajador evitó herir nuestras susceptibilidades sin dejar de cumplir con el gobierno al que representaba.
Nació una verdadera amistad.
A su regreso a Holanda, el embajador escribió un libro sobre nuestro país que tiene mucho éxito en el suyo, donde todos aman la espontaneidad y la forma de ser de la muchacha argentina, convertida en Reina.
Este año, para huir del frío en Europa, regresaron a nuestro país para visitar el norte argentino. Estuvieron primero en Córdoba y juntos iniciamos el viaje a Salta para subir luego a Cachi, donde aceptaron los consejos para desistir del viaje programado por la ruta 40 por causa de las lluvias... Nos despedimos en Molinos. Ellos siguieron a Seclantás para hacer la excursión a las cuevas de Acsibi por sugerencia de otra pareja de holandeses que les había antecedido.
El sábado 26 de enero, cuando regresaban, un alud arrastró a Annic, quien ahora recuerda que sintió el ruido de un tren de alta velocidad que se la llevó. Estuvo más de cuatro horas tapada por el barro, con su marido que la dio por muerta después de ver como esa masa violenta de agua, barro y piedras se la llevó. El guía de la expedición, un joven de Seclantás llamado René Abán, igualmente lastimado, al que la fuerza de las aguas arrastró y despojó de sus ropas, caminó veinte kilómetros en busca de ayuda. El resto fue eso, la ayuda de todos y cada uno de los que nos acompañaron en aquellas horribles horas.
Ahora que la pareja regresó a Holanda, tras una consulta médica en Buenos Aires que confirmó los aciertos del doctor García, recuerdo la respuesta del médico ante mi observación por la ausencia de heridos o accidentados en el hospital en el fin de semana del Festival del Poncho de Molinos.
- Aquí la gente es buena, señora.
Ahora, cada vez que alguien se sorprenda por verme en Cachi, al lugar común del paisaje, su clima, sus comidas y el donaire de las zambas, con énfasis diré: por su gente, la buena gente de nuestra tierra. Gracias.
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