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La energía liberada por el sismo fue equivalente a la explosión de más de seis toneladas de dinamita. “Las casas se caían, las mujeres gritaban y los niños lloraban como locos”, contó un sobreviviente.
6 DE Julio 2019 - 07:03
Sin que nadie se lo imaginara, en la madrugada de la Navidad de 1930 un ruido sordo y monstruoso, como el rugido de un animal furioso emergiendo de las profundidades, despertó a los pomeños. Bajo una lluvia de truenos y refucilos la tierra comenzó a temblar y los estruendos se volvieron insoportables.
En la soledad de los Valles Calchaquies se escucharon gritos desesperados y los perros no paraban de ladrar. La gente aterrada sentía el estrépito de las avalanchas de barro descendiendo desde las cumbres.
Un terremoto de magnitud M-6, equivalente al VIII de la escala de Mercalli redujo el antiguo pueblo a escombros. Debajo de los techos y de los adobes fueron sesgadas 36 vidas, mientras que el número de heridos graves llegó a 120.
El Dr. en Geología Ricardo Alonso explicó tiempo atrás, que si bien en los últimos tres siglos hubo en Salta sismos de gran magnitud, el de La Poma por la cantidad de víctimas y los daños materiales fue el peor de todos.
Tal fue la repercusión del desastre, que en una de las paredes de la oficina de la Comisión de Comunicación del Senado de la Nación había una fotografía en la que se podía apreciarse a un telegrafista de la localidad transmitiendo las novedades del sismo. Por aquel entonces, era el único medio de comunicación. La imagen muestra al trabajador debajo de una chapa apoyada sobre una pared, a modo de refugio, de lo que hasta la noche anterior había sido el modesto edificio del correo.
El sismo fue a las 3.05 de la madrugada. El epicentro se situó a 24º 41’ 59‘ de latitud sur y 66º 30’ 00‘ de longitud oeste, mientras que el hipocentro se ubicó a 30 km de profundidad, sobre la falla oeste del valle. La energía liberada fue equivalente a la explosión de unas 6.270 toneladas de dinamita, aseguró Alonso.
El impacto que sufrieron los pomeños fue tal, que los sobrevivientes decidieron dejar atrás el pasado abandonando por completo el caserío, o lo que quedaba de él, e iniciaron la reconstrucción varios cientos de metros hacia el sur. Allí, dieron inicio a una nueva etapa de su historia.
Hace algunos años falleció a los 101 años Pancho Agudo, el último sobreviviente del terremoto. Antes de morir, en diálogo con El Tribuno recordó: “La tierra se movió, el volcán estalló y el pueblo se derrumbó. Yo tenía 14 años y estaba con mi papá. De los volcanes gemelos salía humo. Hubo una explosión y una ola de barro y piedras sepultó tres viviendas de la banda, matando a todos sus habitantes”.
Don Pancho vivió siempre en el valle y conocía cada uno de sus recovecos y misterios. Alto, de espalda ancha y brazos correosos, este hombre era una referencia obligada a la hora de indagar sobre el pasado del pueblo. “Era de madrugada y mi padre nos sacó a la calle. La noche era tormentosa y podíamos ver las siluetas de las montañas y nevados, y reconocer a nuestros vecinos a una cuadra gracias a los relámpagos y refucilos. Horas antes del terremoto los animales estaban excitados, los pájaros volaban ya caído el sol y se escuchaba un desesperado rebuznar de los burros”, detalló el lugareño.
De joven, don Pancho trabajaba llevando ganado a Chile, atravesando los escarpados cordones montañosos. También fue guía de excursionistas, buscadores de oro y cazadores de tesoros. Se las ingenió, además, para conseguir un bandoneón austriaco con el que rompía el silencio de las noches del pueblo histórico.
En su relato, Agudo contó: “Las casas se caían, las mujeres gritaban y los niños lloraban como locos. En una esquina del pueblo nos mantuvimos en pie a duras penas, mientras mi madre rezaba. Hubo una explosión y una ola de agua, piedras y barro sepultó la viviendas de los Romero, de los Gustávez y de los Cruz. Murieron todos. Sorprendidos en el sueño fueron aplastado por los techos los Choque, los Sánchez y la familia de Sabino Mamaní. Fueron segundos de terror‘.
Para finalizar, señaló: “Los temblores siguieron varios días. Cuando los muertos fueron enterrados comprobamos la existencia de profundas grietas en el suelo”.
Aún permanecen en la antigua capilla, las campanas rotas durante el terremoto
Textos: Daniel Díaz - Video: Federico Medaa