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La unificación del peronismo exprimió hasta la última gota del descontento económico. La aritmética del poder se impuso a la sofisticación digital. Por Ignacio Fidanza
12 DE Agosto 2019 - 02:58
Al final no hubo sorpresas. Las derrotas en las provincias, anticiparon la derrota nacional. El momentum -bastante artificial- que empujó la recuperación de Macri, se cruzó con la realidad de los votos. No se puede construir una pared más alta que los ladrillos que se tiene.
La híper polarización a la que Marcos Peña jugó la suerte del proyecto político de su jefe, tenía un riesgo que este domingo se manifestó: El peronismo podía ganar en primer vuelta, por la sencilla razón que tiene un piso electoral que al menos supera por diez puntos al núcleo duro del macrismo. Polarización y apuesta al ballotage, son dos engranajes que se activan si se llega a la segunda vuelta. Si esto no ocurre es un juguete sin cuerda.
La dedicación personal que Alberto Fernández y Cristina Kirchner le concedieron a la incorporación de Sergio Massa, ahora se entiende en plenitud. Como se anticipó en esta columna, el líder del Frente Renovador era una pieza crítica del posible resultado.
La híper polarización a la que Marcos Peña jugó la suerte del proyecto político de su jefe, tenía un riesgo que hoy se manifestó: El peronismo podía ganar en primer vuelta, por la sencilla razón que tiene un piso electoral que al menos supera por diez puntos al núcleo duro del macrismo.
Una de las grandes diferencias de esta elección con el 2015, es que entonces funcionó una alianza tácita entre Massa y Cambiemos, que para esta ocasión Macri y Marcos Peña no supieron o no quisieron mantener.
Sin Massa en la órbita del oficialismo, implosionó la tercera fuerza y de aquellos 22 puntos que facilitaron el acceso de Macri al poder, pasamos a un devaluado Lavagna que no llegó a los dos dígitos. Lo que estaba dividido se unió y los números del peronismo recobraron su vigor habitual, potenciados por el malestar económico.
Por eso la jugada de Cristina hay que leerlas en dos tiempos. Primero Alberto, para después ir por los gobernadores y Massa. Funcionó.
La aritmética Plaza Sésamo se llevó puesta la sofisticación de la microsegmentación digital, los Defensores del Cambio y toda la parafernalia del mejor equipo de campaña de Latinoamérica. Pero además: ¿Cuándo el peronismo tuvo una campaña ordenada? Lo suyo es más parecido al pack de los All Blacks arrastrando todo hasta la línea, que a la elegancia de Messi o Maradona eludiendo rivales.
Porque hay que decirlo claro. Por momentos esta campaña y hasta el gobierno de Macri parecía una pulseada entre la visión de Marcos Peña y el resto del sistema político. Entre una concepción tecnocrática, basada en la manipulación directa del votante a través de las redes y los políticos de antes, que todavía creían en poner el cuerpo, controlar territorios, sumar y contener al distinto. Fue una dialéctica interesante en los inicios, que se procesó mal y derivó en una hegemonía interna que empezó a expulsar. La salida de Monzó es apenas el símbolo de un proceso que acumuló poder y perdió eficacia política.
Y como siempre sucede en política, los errores, la arrogancia, los destratos y negaciones que se desplegaban como si el éxito estuviera escriturado de por vida, un día se pagan todos juntos. Y los que parecía un piano acercándose a la cabeza, era un piano nomás.
Errores que incluyen a María Eugenia Vidal, que abrió una puerta de emergencia y de manera inexplicable se quedó mirando como se cerraba. Si hubiera desdoblado, tal vez se evitaba este epílogo impiadoso de su mandato. En su caso, cuando tuvo que asumir la mayoría de edad como dirigente, esto es pelearse con su mentor, eligió la docilidad como si la lealtad garantizara el éxito en política. Y más bien suele suceder lo contrario.
Pero acaso más interesante que repasar que nos trajo hasta acá, sea oportuno tomar conciencia que este resultado abre un territorio inexplorado.
Macri se queda casi sin margen técnico para dar vuelta este resultado. De manera que esto lleva a plantearse qué ocurrirá con los mercados, el dólar, la tasa y el riesgo país. Para empezar.
Le podemos sumar a esta complejidad un interrogante: ¿Cómo mantiene el Presidente una campaña y una candidatura vigorosa en estas condiciones?
Hace no mucho tiempo en este espacio se analizó la decadencia de las elites argentinas. Y un síntoma no menor de este declive es su desconexión con la realidad. El gobierno se pasó cuatro años burládose del círculo rojo, mientras establecía relaciones cada vez más íntimas con el círculo rojo del círculo rojo: Trump, Lagarde, Bolsonaro, Macron, Trudeau y toda la constelación de líderes globales, mega empresarios y grandes medios, que lo hacían sentirse protagonista de un éxito que buena parte de la sociedad no experimentaba.
Macri acaso se sintió un incomprendido en su país, como dejó entrever en su amargo mensaje de este domingo, en el que ni siquiera se permitió saludar al vencedor. En ese fastidio que lo llevó a mandarnos a todos a dormir, pueden encontrarse algunas pistas de un proceso que terminó encapsulado en el diálogo simbiótico del Presidente y su principal consejero.