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La apropiación del tiempo del otro es una costumbre arraigada en Salta. Organismos del Estado, empresas, profesionales y hasta amigos manejan -o manipulan- los tiempos ajenos sin prurito por el valor de lo que están haciendo perder.
10 DE Junio 2020 - 17:09
Ramiro se apoya en la media pared del edificio del correo, en la esquina de Deán Funes y Belgrano. Está inquieto con el barbijo, o tal vez con la charla. Habla y busca consenso o risa en los otros cuatro hombres que están a su lado. Él llegó a las 16.30, hace casi seis horas, del lunes 25 de mayo. Y allí estará hasta las 7 del martes, cuando la policía ‘ordene’ la fila de los beneficiarios del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) para que a las 8 comience el pago. Como los otros cuatro hombres y todos lo que a esa hora ya están sentados y pertrechados para soportar el frío de la noche, él encontró un trabajo -o mejor, una changa- en plena pandemia: cobra por ganar y guardar un lugar en la fila. Cobra por esperar. Cobra por su tiempo. Y según el puesto, el precio varía: desde 400 pesos los más alejados a 1.000 pesos los primeros. Nunca más de eso; tampoco menos.
Es que el tiempo vale. Vale siempre, pero parece que en cuarentena vale más. O tal vez no vale más, solo es más evidente, más visible.
Salta es uno de esos lugares en el mundo donde la gente, las instituciones, las empresas ven al tiempo como algo laxo. Dos amigas se citan, y una sabe que tendrá que esperar a la otra un mínimo de media hora. Hay una reunión de trabajo, o un acto oficial, y la convocatoria es media o una hora antes porque de lo contrario, la mayoría llegará tarde. En tiempos de no-cuarentena, cambiar un cheque para tener efectivo en la mano es una inversión de al menos dos horas en varios bancos del centro. Y además del cobro del IFE en el correo, ahora pagar una boleta en un Rapipago también demanda demasiados minutos.
- Tienen que cambiar el nombre por ‘Lenti-pago’, le decía una mujer a otra que esperaba detrás suyo, a un metro, en la fila.
Un derecho vital
El tiempo es el recurso más finito que tiene cada persona. Dicen algunas corrientes filosófico-religiosas que la vida se mide en ciclos de respiración (inspiración-exalación) que duran, en promedio, 5 segundos. Y que cada ser humano nace con un número predeterminado de esos ciclos.
A pesar de esta finitud, hay quienes se apropian impúdicamente del devenir ajeno. Así, la espera, aunque socialmente naturalizada, es nada más y nada menos que una falta de respeto a la vida.
Bancos públicos y privados, empresas de servicios, empresas de cobro de boletas, médicos, obras sociales, algunos comercios, las guardias de los hospitales, son solo algunos de los lugares donde los tiempos de espera son más que prolongados. Allí, el principio de “trato digno” que establece la Constitución Nacional (artículo 42) y la ley de defensa del consumidor (artículo 8 bis) simplemente no existe. Aunque no hay una definición clara de cuál es el alcance del “trato digno”, se sabe que el tiempo transita bajo ese paraguas. La provincia de Salta es una de las pocas en el país que tiene una legislación específica: la Ley 7800 establece que “todas las dependencias públicas y establecimientos privados que brinden atención al público, deben garantizar que el tiempo de espera de los mismos no supere el término de 30 (treinta) minutos”. Parece letra muerta, ¿no?
“Las normas que tendieron a reglamentar la optimización del tiempo fracasaron porque no se las hace con convicción de hacerlas cumplir; no se entiende cuál es la ventaja, ni el valor, ni el beneficio de cumplirlas. Entonces tenés una población mansa que acepta hacer cola y un comerciante o empresario que le importa poco. Esto es lo que hay que trabajar para alertar a la gente sobre lo valioso del trato digno y , dentro de este concepto, el respeto del tiempo”, explicó un juez que eligió el anonimato.
Hay empresas que apostaron a la tecnología para reducir las horas perdidas por ellos y por sus clientes. Turnos online, web check-in de las aerolíneas, homebanking, pagos en línea o trámites a través de las webs. Pero su uso tiene condicionantes: conocer el manejo de herramientas informáticas, tener tecnología disponible (computadora, celular, conexión a internet) y hasta servicios básicos estables como la electricidad.
Un factor no menor es la convivencia o superposición de distintas generaciones muchas veces separadas por grietas informáticas, mencionó el magistrado. Hoy los “baby boomer” que nacieron después de la Segunda Guerra Mundial conviven con la Generación X (nacidos entre 1961 y 1981), los millennials (o Generación Y, nacidos entre 1982 y 2000), y la Generación Z (2001 a la fecha). Los primeros se subían a un caballo para pasear y ver los cerros y quebradas. Los últimos incursionan en ellos con realidad aumentada o drones. El tiempo, obvio, cada uno lo ve y lo siente distinto.
Dinero, dinero, dinero
“Dinero, vil metal. Mensajes de amor, de curso legal” canta Joan Manuel Serrat, y nadie le discute que en esa canción compraba tiempo de amor.
Si las empresas, instituciones u organismos debieran pagar las horas perdidas en las esperas tendrían deudas millonarias.
El salario promedio de la economía de Salta, explicó el economista Jorge Paz, ronda los 18.000 pesos, lo que implica que la hora laboral cotiza en unos $110. Si los casi 270.000 trabajadores activos de Salta perdieran solo una hora al mes en alguna espera, en conjunto, los responsables de eso deberían pagar 29.700.000 pesos. O a la inversa: por no tener estructuras que respeten el tiempo de los otros se ahorran casi 30 millones.
Un concepto económico, advirtió Paz, suma algo más de claridad: el “salario sombra”, que es el valor del tiempo que se utiliza en algo que no es trabajo pero que se podría usar en una tarea remunerada. El clásico ejemplo es el trabajo doméstico no remunerado que realizan las mujeres. Hay otros.
“El valor del tiempo es un costo económico diferente del costo contable y financiero. Por ejemplo: ¿cuánto me cuesta ir al cine? Me cobran la entrada que vale -por decir- 100 pesos. Ese sería el costo contable, pero el económico incluiría el valor del tiempo que estoy en el cine y que podría destinar a una actividad rentable”, sumó el economista.
Registrame, registrate
“La naturalización de la espera es parte del desdibujamiento del otro, del no registrar al otro, a su tiempo, a lo que percibe como importante, incluso a lo que pasa por tener que esperar”. La psicóloga Carina Salas no da vueltas: asimila la legitimación social de la espera con la legitimación social que durante años hizo invisible a la violencia y que, recién en las últimas décadas, empieza a cambiar.
“Las esperas me hacen pensar en situaciones socialmente legitimadas, que las hacen todos y como las hacen todos, todos las reproducen. Pero que lo hagan todos no significa que estén bien”, jugó con las palabras.
El problema es más profundo cuando las personas no perciben los “baches temporales“ como una pérdida o, si lo ven, callan. En Salta sucede, y mucho.
“Está tan naturalizado el disponer del tiempo del otro que hay poco registro de lo que sucede, pero en realidad es un atropello porque en esas situaciones no se le da a elegir a la persona qué hacer con su tiempo”, añadió.
Las esperas excesivas no son gratis económica ni psicológicamente. Son la negación de un derecho: el tiempo.
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