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Un sinfín de sospechas hubo en la goleada que le permitió a la albiceleste pasar a la final, y después ganarla, en el Mundial 78, realizado en nuestro país en plena dictadura militar.
21 DE Junio 2020 - 17:07
El envío de dos containers de trigo, el pase de Rodulfo Manzo a Vélez Sarsfield, la nacionalidad de origen del arquero Ramón Quiroga, el soborno a varios integrantes del equipo, la liberación de presos políticos, la visita del dictador Jorge Rafael Videla y Henry Kissinger al vestuario visitante, la formación que decidió el DT Marcos Calderón: la goleada 6 a 0 con la que Argentina venció a Perú y pasó a la final del Mundial 78 disparó, por llamativa, un sinfín de sospechas, algunas más sostenibles que otras.
Las dudas, por razonables, permanecen en el tiempo y la memoria, aunque nunca hubo una prueba contundente que demostrara que el partido fue comprado o “sobornado”, como le dijo a Télam el ex crack de la selección holandesa Johnny Rep.
“Se dijo que los militares apretaron a los jugadores peruanos en el vestuario, que se retribuyó el favor de Perú mandándoles barcos con trigo y maíz, pero nunca saltó una prueba, una foto un testimonio que lo confirmara”, dijo, muchos años después, el ex delantero argentino Mario Kempes, autor de dos goles esa noche.
El partido se jugó el 21 de junio en el estadio Gigante de Arroyito, de Rosario, sede a la que el seleccionado nacional debió trasladarse tras finalizar en el segundo puesto del Grupo 1 de la fase inicial del certamen. Argentina, que venía de superar a Polonia (2-0) y empatar 0-0 con Brasil, debía ganar por al menos cuatro goles para acceder a la final. Perú había perdido sus dos partidos con esos mismos rivales y ya estaba eliminado.
El partido de Argentina comenzó más tarde que el que Brasil le ganó a Polonia (3 a 1), lo que lo obligaba a vencer por cuatro goles. Eran horarios pre-establecidos que los brasileños pidieron modificar pero la FIFA se opuso por cuestiones de televisación.
Allí, en los instantes previos, sucedió lo más extraño: Videla y Kissinger (ya ex secretario de Estado de los Estados Unidos), visitaron el vestuario visitante. “Fue terrible contó tiempo después el ex delantero peruano Juan Carlos Oblitas-. Hubo varios que se intimidaron y dejaron de cambiarse para escucharlos”.
“Videla se paró ante nosotros y nos dio un discurso en el que llamó a la hermandad latinoamericana y nos deseó suerte. Yo personalmente no lo sentí como una presión, pero con lo que habíamos escuchado Videla daba un poco de miedo”, completó su compañero de equipo Héctor Chumpitaz.
El Gigante de Arroyito explotaba. Y fue puro silencio cuando, a poco de comenzar el encuentro, Juan José Muñante entró al área, definió de pique y cruzado ante la salida de Ubaldo Matildo Fillol y la pelota dio en el palo derecho del arco argentino. Y también cuando Teófilo Cubillas desperdició minutos más tarde un claro mano a mano. El estallido se dio recién a los 21m, con el primer gol de Mario Kempes. A partir de allí, el seleccionado de César Luis Menotti fue una aplanadora.
“Convertimos seis. Y para conseguirlos generamos el doble de situaciones de gol. No podemos aseverar que estemos seis goles arriba de Perú, aunque en nuestras últimas confrontaciones los hemos superado ampliamente, siendo locales y visitantes. No sabemos si, estando Perú en posición más expectante, podíamos haberlo goleado con tanta amplitud. Nadie podrá saberlo. (Pero) ningún gol nos vino de regalo”, fue el comentario de Juvenal en la revista El Gráfico.
Apenas finalizado el encuentro, Claudio Coutinho, DT de Brasil (la goleada argentina le había impedido pasar a la final), se preguntó ante la prensa: “¿Qué pasó acá?”. Los medios de su país hablaron de escándalo, de vergüenza, de arreglo.
Videla ahora posteriormente pasó con Kissinger por el vestuario argentino y llamó “a ganar el campeonato”.
Desde ese momento empezaron a instalarse las sospechas. Lo que sucedió, lo verificable, a partir de distintas investigaciones (entre ellas el libro “Fuimos Campeones”, del periodista Ricardo Gotta), fueron las relaciones “comerciales y amistosas” entre las dictaduras de la Argentina y Perú, ambas parte del “Plan Cóndor”.
El jefe de la delegación visitante era Francisco Morales Bermúdez, hijo del presidente de su país (del mismo nombre); y, como publicó Gotta, poco tiempo después del Mundial, Videla distinguió con la Orden del Libertador General San Martín en el Grado Gran Cruz al Ministro de Guerra de Perú, General de División Pedro Richter Prada.
Durante el partido había ocurrido otro episodio cierto, en este caso vinculado a una interna de la dictadura argentina: en el momento del cuarto gol (el que clasificaba al seleccionado nacional a la final del certamen), explotó una bomba en la casa de Juan Alemann, secretario de Hacienda y uno de los funcionarios que más se habían opuesto, por el costo, a la organización del Mundial.
“Alguien sabía que Argentina haría cuatro goles”, sostuvo luego Alemann.
Todas las hipótesis restantes son aún materia incontrastable: la liberación de 13 presos políticos peruanos por parte de la dictadura (como denunció el ex senador incaico Genaro Ledesma Izquieta), las internas en el plantel de Marcos Calderón, el pedido de seis titulares para que el DT no alineara al arquero Quiroga por su condición de argentino, el llamado a la habitación de Manzo antes del encuentro y su posterior pase a Vélez Sarsfield, el incentivo de Brasil, las acusaciones cruzadas de soborno.
En todo caso, como escribió en aquel momento el diario español La Vanguardia, “‘fue un partido irreal, del que los brasileños dirán que los peruanos estaban comprados o que los argentinos jugaron bajo los efectos de sustancias dopantes. Cualquier hipótesis es posible”.