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Un 19 de Julio de 1997, Gimnasia y Tiro enmudecía a 40 mil almas en Córdoba en la final contra Talleres. Las atajadas de Palito y la garra de un plantel enorme, evocado por sus protagonistas.
19 DE Julio 2020 - 01:37
Los flashes de El Tribuno, cuyo equipo periodístico y fotográfico se había instalado en Córdoba una semana antes para ser testigo del último gran grito glorioso de la historia de Gimnasia y Tiro, se habían convertido en esquirlas luminosas de una batalla épica e inolvidable en el momento en el que David Díaz estrellaba su tiro en el travesaño, desatando la algarabía de más de 5 mil hinchas salteños que se llegaron a Córdoba en caravana para finalizar esa memorable hazaña explotando de felicidad en un Chateau Carreras donde 40 mil almas cordobesas quedaron enmudecidas.
Era la fría noche del 19 de Julio de 1997, que quedó grabado en el corazón de los hinchas de Gimnasia y Tiro y de todo el pueblo de Salta.
La noche que tuvo como protagonistas a las genuinas fuentes de felicidad de una generación hoy treintañera que nunca olvidará a aquellos super héroes de carne y hueso, palpables, reales, mundanos y terrenales a quienes los que transitábamos la dulce adolescencia teníamos al alcance de las manos.
Ellos eran el gran Ramón “Palito” Álvarez, bastión fundamental bajo los tres palos que se hizo heroico en aquella final por el ascenso a la temporada 1997/98 de la Primera División en la Docta; a la muralla conformada por los jóvenes Sergio Plaza y Adrián Cuadrado, a Cococho Jiménez, a Pedro Guiberguis, a Isidro Iturrieta, a Fabián “Rambo” González, a Miguel Ibáñez, al gran goleador y figura de la temporada Luis Rueda que allí se terminaría recibiendo de ídolo del firmamento albo, a Pablo Saldaño, a Jorge Cervera y al otro gran ídolo, que también conquistó su segundo ascenso a Primera con el millonario, Alfredo “Tanque” González, y al “padre de la criatura”, que también repitió la gloria, como en 1993, el enorme Ricardo Rezza, el “Amarillo” que alguna vez llegó desde muy lejos, allá por 1992, con el enorme legado que le había dejado un viejo conocido como Ricardo Aniceto Roldán, y con el desafío de mantener la identidad de un plantel conformado por una base bien norteña al que no le faltaba hambre ni sentido de pertenencia.
Gimnasia llegaba “de punto” a esa final del octogonal final para gestar la hazaña cuando toda la fiesta estaba preparada para la T, que con la presión y el empuje de su gente sentía que el ascenso no se le podía escapar. El albo debía defender el 1-0 gestado en la ida en el Gigante del Norte con gol del Loco Cervera, pero el muro infranqueable en aquella épica batalla del 19 de Julio parecía desmoronarse cuando Zelaya ponía en ventaja al tallarín en apenas 20 minutos de partido.
Gimnasia lo aguantó como pudo y forzó los penales. Allí, se lucieron el Pato Ibáñez, Cervera y Plaza, pero más aún se lució Ramón Benito Álvarez, atajando los remates de Roberto Luis Oste y Fernando Clementz, antes de que Díaz haga temblar el travesaño y Gimnasia genere lo propio con 5 mil salteños que adquirieron un lugar privilegiado para la vuelta olímpica, y los otros tantos miles que colmaron la Plaza 9 de Julio y que luego recibieron al plantel en caravana en el acceso de la ciudad de Salta.
Gimnasia, un día como hoy, hace 23 años, gritaba Primera por última vez, logro que con el paso de los años se agiganta aún más, tal vez por la sequía de títulos, éxitos y alegrías genuinas de las que carece nuestro querido fútbol salteño desde hace tiempo.