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Las pruebas del agua tras la instalación de la planta purificadora en Misión San Ignacio.
La situación por la falta del líquido sigue siendo desesperante en otras comunidades aborígenes de Rivadavia Banda Norte.
2 DE Octubre 2021 - 01:47
La alegría de los chicos y la satisfacción de los adultos fue el premio que a modo de agradecimiento entregaron los pobladores de la Misión San Ignacio, a unos 10 kilómetros de Santa Victoria Este, en el departamento Rivadavia Banda Norte. Ayer, luego de promesas incumplidas por parte del Estado y con la frustración de una ayuda que inicialmente no arrojó los resultados esperados, las familias de esa comunidad originaria vieron su sueño cumplido: un poco de agua potable para poder subsistir en el abrasador suelo chaqueño.
El calvario de esta gente había iniciado hace varios años, cuando comenzaron los reclamos para la perforación de un pozo de agua. Las muertes de niños por desnutrición y deshidratación fueron el punto de quiebre y, pese a las promesas del Estado y a las visitas de personalidades de la farándula, la ayuda nunca llegó a concretarse; no al menos con el nivel y la urgencia que el caso requería. Es así que desde la Fundación Sanación Pránica Argentina pusieron manos a la obra con el objetivo de llevar una solución real. Consiguieron la ayuda de la organización Siwok, que gestionó la perforación de un pozo somero que fue puesto en funciones hace unas semanas, pero con tanta mala suerte que la calidad del agua resultó inviable para el consumo humano. Un análisis de la Cruz Roja Argentina arrojó un altísimo nivel de conductividad, indicador que mide valores de partículas de metales dentro del agua. Mientras más conductividad existe, se deduce que tiene más metales. La Organización Mundial de la Salud establece que al agua para consumo humano no debería superar el valor de 900. Para el caso de San Ignacio, el agua del pozo recientemente perforado indicaba que los valores llegaban a 3.700. Era absolutamente inviable para el consumo humano. El agua era tan salada que ni los animales podían tomarla, de acuerdo a lo que afirmaron desde la comunidad.
Con este panorama desalentador, quien nunca bajó los brazos fue Rubén Alejandro Romero, integrante de la Fundación Pránica Argentina, que viaja frecuentemente desde Córdoba al norte de Salta para prestar ayuda a las comunidades originarias.
Con pocas probabilidades de conseguir nuevos fondos para la perforación de un pozo más profundo, Rubén se puso a investigar las alternativas. "Quisimos ver si se podía purificar el agua y conseguimos dos plantas purificadoras. Una empresa nos contestó que era viable junto con un "ablandador', que es como un primer filtro que retiene el calcio y el sodio. Luego pasa a la planta de ósmosis inversa para retener los metales", explicó Rubén.
El jueves instalaron las plantas y la alegría fue mayúscula cuando midieron que la conductividad había bajado a 56 puntos, un nivel que coloca al agua en un estado de alta calidad. Apenas comprobaron este número, los chicos comenzaron a saciar la sed y a tomar el agua con lo que tenían a mano: un vaso o una botella de plástico. "Fue algo muy emotivo", señaló Rubén Romero.
Resulta increíble, pero al mismo tiempo alentador, que un problema tan serio y que requirió de tantos trámites burocráticos, pudo ser finalmente resuelto con aportes del sector privado y la gestión de organizaciones no gubernamentales.
Las dos plantas purificadoras costaron cerca de $170 mil que fueron aportados por la Fundación Sanación Pránica Argentina junto con otros 14 tanques tricapa para almacenar agua con un costo de $117 mil.
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