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Carlos Juncosa diagramó un increíble viaje que debe terminar en Paraguay, previo paso por Salta. La hoja de ruta debió forjarse como una “U” por la baja autonomía de una aeronave de 1977. Junto a Enrique Roca, su copiloto jujeño, recolectaron anécdotas que van a parar a un libro.
14 DE Agosto 2022 - 17:24
“Hoy comenzó la aventura. Hay que volar el Seneca para probar los sistemas que reparamos antes de emprender la larga travesía”. Era el día del amigo cuando Carlos Juncosa comenzó a describir un viaje maravilloso.
Abordo de una aeronave pequeña, el piloto salteño emprendió una aventura inigualable, arriesgada, con mucho suspenso, desde el cielo, desde Sudáfrica.
Esta increíble historia comenzó en Johannesburgo, donde Juncosa acudió para traer un Piper Seneca, bimotor, del año 1977. Se dedica a eso. Se autodefine como piloto ferry, una de las tantas especialidades del pilotaje. Son los trasladan aeronaves de un lugar a otro. “Hice más de 80 traslados”, cuenta Carlos a El Tribuno vía telefónica desde Estados Unidos, antes de elevarnos en su relato.
Juncosa había ido en mayo a probar el avión que debe transportar hasta Paraguay. Luego de ponerlo a punto, volvió en julio para el depegue definitivo, no sin antes armar la logística de acuerdo a la autonomía de combustible: 1200 km por tanque lleno.
“Me pareció piola documentar el vuelo, es un avión chiquito de seis plazas y estoy escribiendo un libro”, dijo Carlos, “la gente comenzó a engancharse con comentarios, algunos me pedía consejos de lugares por dónde pasé y se hizo una bola de nieve muy linda”, agregó.
El embajador argentino en Sudáfrica se enteró de la misión y le puso todo lo de su alcance a disposición para cumplirla. “Por ejemplo tuve algunos problemas mecánicos en Egipto y gracias al embajador, que hizo contactos con otras embajadas, los fui solucionando”.
Carlos no partió solo desde la ciudad más poblada de Sudáfrica. Su copiloto fue Enrique Roca, alias “Gringo”, un jujeño experimentado en aterrizajes de pistas cortas. Por si las dudas...
Su derrotero puede seguirse en tiempo real a través de un link y va formando una “U” para llegar hasta Asunción, con paso previo por Salta. “La idea fue cerrar la U yendo por el Polo Norte, por la autonomía del avión”.
“Maradona hace milagros”
Su primer destino fue Harrare, en y Zimbawe, y Tanzania, donde Carlos y Enrique tuvieron una experiencia “maradoneana”, de esas que se cuentan en muchas partes del planeta. Entre tanto aeropuerto africano necesitaron de una asistencia por una rueda pinchada. Allí apareció en escena un fanático de Diego Armando. Cuando Juncosa se identificó como argentino, el auxiliar comenzó a los gritos: “Maradona, Maradona...”. La emoción del africano fue tanta que no les cobró el servicio. Luego simuló hacer jueguitos con una pelota imaginaria. Fue un momento muy divertido y que quedó grabado en un video. Cosas que nos dejó el Diego.
Por cierto, Carlos hizo de sus redes sociales un verdadero “diario de viaje”, donde fue contando y mostrando el minuto a minuto, ciudad por ciudad. “Los países de África son piolas para volar”, comentó.
La travesía continuó por Sudán y desde el aire atravesó los cielos del Desierto de Sahara, El Cairo y Alejandría, en Egipto. “En la costa del Mar Rojo tuvimos el primer problema con la nave. Agarramos un pájaro y rompimos un turbo. Fue tan complejo repararlo en esa zona que decidí volar con un solo motor hasta Heraklion (Grecia). Allí conseguí el respuesto”, contó el piloto salteño.
La hoja de ruta marcó Frankfurt, en Alemania, y más tarde Islandia y Groelandia, donde el Piper Seneca aterrizó en lo que era una base militar norteamericana. La Península del Labrador, en Canada, fue la parada previa antes de llegar a Estados Unidos.
En norteamérica hizo varias escalas. Desde Burlington a Washington y luego Fort Lauderdale, en Florida, donde actualmente se encuentra Carlos, ya sin Enrique, porque el jujeño debió volver al país desde Canadá ya que no tenía visa para ingresar a EEUU. Además de un breve descanso le tiene que hacer el cambio de aceite a la aeronave, como si se tratase de un auto.
El viaje está por ingresar en su etapa final. Juncosa retomará la travesía el miércoles para aterrizar primero en Bahamas, más tarde en República Dominicana, luego en Guyana, en Manos y Cuiaba, ambas ciudades brasileras, para recién ingresar a suelo argentino, en Puerto Iguazú. Desde allí vendrá a Salta, donde arribará el miércoles de la semana siguiente. Y luego de un par de días llevará a la aeronave hasta su destino final.
Carlos es Ingeniero Agrónomo de profesión, pero es amante de los cielos desde muy joven. A los 17 años comenzó a experimentar por los aires gracias a su padre, quien además fue fundador del Aeroclub de Usuhaia. “Me pasó la pasión de volar”, dijo Juncosa. Hoy, a sus 62 años cuenta con licencias de vuelo de diferentes países, y miles de millas sobre sus espaldas.
Admite, además, que si no tuviera el apoyo de su esposa Regina, y de su familia, no podría surcar el planeta de la forma en que lo hace. “Estoy volando hace un mes por el mundo. No podría hacerlo sin el apoyo de ellos, no hay forma por todo lo que implica, por los riesgos”.
Regina se encuentra con él en estos momentos en Fort Lauderdale. Ella podría ser su copiloto hasta Salta. “En realidad no es piloto, pero ceba unos buenos mates”, remató con humor Carlos, luego de haber pasado las “mil y una” en esta travesía que todavía no terminó.
Aventuras de hielo
Con más de 20 días de vuelo y miles de kilómetros recorridos, Carlos Juncosa recolectó anécdotas, de las buenas y no tan buenas, y hasta sumó sponsors. “La misma gente que vendió el avión nos da una mano. Y ahora me comenzó a auspiciar un taller mecánico”, contó el piloto salteño.
El congelamiento de las alas de la avioneta, el paso desolado por el Ártico, una excursión de buceo para explorar un avión derribado en una guerra mundial, fuertes turbulencias de tormentas y los exóticos animales de los parques africanos irán completando el libro que Juncosa planea escribir. Con tamaña expedición, le faltarán páginas.
Y así como se divirtió en muchos momentos, también pasó otros de zozobras. Fue cuando tuvo que darse maña para que el avión no se congelara. “Estos aviones no tienen nada para defenderse del congelamiento, y las alas se le congelaban”, recordó Carlos.
“Me pasó sobre el Ártico en un tramo desde Islandia a Groelandia. No podía salir. Se formaba una capa de hielo y lo unico que pude hacer es volar a 300 metros sobre el mar. Y la única chance es salir al sol, pero no había forma porque era una capa continua de nube. De golpe se abre un agujerito. Era un sector donde la capa se veía más delgada y con 5 grados bajo cero subimos. Ahí pude salir hasta arriba”, relató.
En este trayecto del viaje el frío le caló hasta a los huesos, tanto a Carlos como al jujeño Enrique. “Este avioncito tiene un sistema de calefacción que usa gasolina, pero no se lo podía usar”, añadió. “Estuvimos tres horas volando por debajo de esa capa de hielo y tres horas por arriba con el sol, pero igual se sentía mucho frío”.
El Ártico, en soledad
Lo más riesgoso y también aburrido de la travesía fue, sin dudas, cruzar el Ártico. Es una zona completamente despoblada, lógicamente. Su espacio aéreo se mantiene vacío ya que los vuelos comerciales cruzan los continentes por debajo de esa región. “Perdés contacto con todo. Es muy desolado. Estuvimos solos. Estábamos a 300 millas náuticas (555 kilómetros) de ningún lado, a la redonda”.
“Sin radio, sin barcos, sin nada de nada con la soledad más absoluta del desierto de agua helada. Alguno que otro témpano rompía la monotonía del paisaje pero de ahí, nada más. Cuatro horas sin comunicación con nadie. Fue una sensación rara donde se agudizan todos los sentidos al máximo”, siguió describiendo
Para atravesar esta zona, Carlos y Enrique debieron usar un traje de color rojo que, en caso de amerizar, te permite flotar. Igual, las posibilidades de rescate en ese lugar son nulas. En ese tramo seguramente se aferraron más que nunca a San Expedicto, cuya estampita voló con ellos pegado al parabrisa.
Zona de guerra
Juncosa recordó que antes de atravesar el cielo de Sudán, le advirtieron que debía haberlo lo más alto posible y utilizando una frecuencia que solo utilizan los aviones. “Te aconsejan no volar por abajo porque esa zona está en guerra todo el año”.
Avión hundido y un parque sensacional
Hubo otros momentos divertidos en la travesía del salteño y del jujeño. Como cuando se les abrió la puerta en pleno vuelo, o como cuando pasaron por Grecia. Mientras aguardaban la reparación del turbo dañado por un pájaro les llegó una propuesta siempre vinculada a los aviones. “Nos enteramos de un avión hundido de la segunda guerra mundial y fuimos a verlo, buceando. Fue increíble, se le veían los impactos de bala. Y un viejito, en Alemania, nos contó que vio como lo bajaron a ese avión”.
En Nairobi tuvieron una experiencia de esas que no se borran nunca más. “Allí tienen un parque nacional que está dentro de la ciudad, está amurallado, lógico, y es gigante”, contó Carlos. ¿Y qué podía verse dentro de ese parque?. Leones, jirafas, hipopótamos. De fondo, los edificios. “Le pasé esta idea a algunos amigos de Salta, para hacerlos con animales de la zona. Nairobi es la capital de Kenia, en África.
Charlie Bravo
“En Estados Unidos, Canadá o Europa, tener una avión es casi como tener un auto. Es un vehículo para transportarse. Nada que ver con la aviación comercial. Y esto se debe a que es fácil volar porque además tenés mucho apoyo terrestre. En Argentina también”, comparó el salteño.
“En cambio -continuó- en Africa no tenés ningún tipo de apoyo. Encima este avioncito no tiene radar meteorológico. En Etiopia nadie nos avisó y nos metimos en una tormenta jodida, porque nadie te apoya en tierra”.
Carlos recordó así el día que tuvo que darle pelea a turbulencias severas. “Fue tremendo, con ascendentes fuertes, el avión se vuelve como un hoja en el aire. Cruzábamos la nube que se llama Charlie Bravo, y hace lo que quiere con el avión”. La única forma de escapar, si cabe el término, es mantener la nave a una velocidad constante, a 200 km por hora.
Otra historia de tormentas furiosas ocurrió cuando el Piper Seneca que conducía el salteño atavesó los Alpes, la famosa cadena montañora europea. Carlos la cruzó por una zona baja, donde los picos eran de 2500 metros. “Nos agarró una tormenta brava, porque no podía bajar porque estaba la montaña, y no podía subir por el hielo. Pasamos por una franja de 150 metros en la zona de Eslovenia”, contó, entre otras tantas historias que no se le olvidarán jamás.