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Una marcha que se hizo en 2020 pidiendo justicia.
Al niño lo asesinaron luego de violar a su mamá. La familia convive en silencio la pérdida.
2 DE Marzo 2024 - 02:25
El 20 de febrero de 2020, días antes de que se declarara la pandemia de COVID que sacudió al planeta, se empezaba a escribir uno de los capítulos más desgarradores de la historia criminal en Argentina.
Esa tarde los asesinos de Santino, un niño salteño de cuatro años, lo mataron a pedradas y lo arrojaron por un acantilado, luego de haber violado y golpeado a su madre a metros suyo. Todo ocurrió en una playa de la helada Patagonia, a miles de kilómetros de su Rosario de la Frontera natal.
En la semana que terminó se cumplió el cuarto aniversario del asesinato del niño y el ataque sexual a su madre. La herida se abrió en la provincia de Santa Cruz, aún no cierra en Salta ni en el resto del país.
Uno de los hermanos más grandes de Santino trabajaba en Puerto Deseado y, durante el carnaval de 2020, María decidió viajar con el niño para visitarlo. Poco después de que llegaron, los tres fueron a conocer la playa de Punta Cavendish.
El 20 de febrero, María quiso volver a recorrer ese lugar con su hijo más chico, mientras el más grande cumplía con su horario laboral. En medio del paseo, la sorprendieron dos delincuentes que trataron de robarle. Luego, a punta de cuchillo, se la llevaron a una cueva y la maniataron.
Mientras uno de ellos la violaba, el otro sostenía a su hijo a unos metros. Con el ataque sexual el calvario recién estaba comenzando. Minutos después, el abusador decidió golpear a su víctima. Le dijo que iba matarla porque ella "lo había visto" y él no quería "ir en cana".
Como la piedra con la que comenzó a atacarla le resultó chica, le pidió a su cómplice que le alcanzara una más grande. Fue entonces que la dejó inconsciente y ambos huyeron con el niño, creyendo que estaba muerta.
Luego los criminales consideraron que el pequeño "los complicaba", así que decidieron que también tenían que matarlo. Con las mismas armas le destrozaron la cabeza para luego arrojarlo por un acantilado, con la idea de que la marea se llevaría enseguida un cadáver tan pequeño.
María sobrevivió y cuando volvió en sí, logró caminar, ensangrentada, hasta encontrar a una turista que la ayudó. La mujer, que llamó de inmediato a la Policía, luego declaró como testigo y recordó que la víctima solo lloraba y repetía con desesperación que se habían llevado a su hijo, que por favor lo buscaran.
En poco tiempo, las fuerzas de seguridad encontraron el cuerpo del niño y a los dos delincuentes. Omar Alvarado, de 34 años, y Javier Machado, que entonces tenía 16, terminaron confesando.
La misa que se realizó cuando llegó el cuerpo.
La autopsia confirmó que el niño falleció por "una hemorragia interna producto de politraumatismos de cráneo provocados con un elemento contundente".
Alvarado, que padecía esquizofrenia, se suicidó un mes después en su celda de la comisaría 4 de Caleta Olivia. "No debe haber soportado la culpa por lo que hizo", declaró la hermana del hombre después del entierro. Había sido ella la que lo había identificado cuando la Policía lo buscaba.
Machado, en tanto, fue condenado en noviembre de 2021, en un juicio abreviado en el que reconoció su participación en los hechos. Los jueces Mario Albarrán, Jorge Alonso y Juan Pablo Olivera lo consideraron "coautor" del homicidio y "partícipe necesario" del abuso sexual de la mujer.
En ese momento no se especificó cuál era la pena porque el acusado, alojado en la Unidad Penitenciaria N°2 de Río Gallegos, era menor de 18 años. Sin embargo luego se conoció que le dieron 15 años de prisión.
El fallo en su contra especificó que lo encontraron responsable de los delitos de: "robo agravado por el uso de armas en calidad de coautor, abuso sexual con acceso carnal agravado por el uso de armas en calidad de partícipe necesario, femicidio agravado por hacer sido cometido para ocultar otro delito, en grado de tentativa y en calidad de partícipe necesario y homicidio agravado por haber sido cometido para ocultar otro delito consumado, los cuatro hechos en concurso real".
En sus declaraciones, el joven confesó que ese día habían planeado salir a robar para "conseguir plata", que primero trataron de que María les diera dinero pero ella trató de explicarles que no tenía y, entonces, Alvarado le dijo que la iba a "violar delante del niño".
María tenía 44 años cuando le arrebataron la vida de su hijo, la condenaron a convivir con un dolor que solo ella conoce y la convirtieron en la valiente sobreviviente de una tragedia.
Santino era el más chico de cuatro hijos. Cuando todo ocurrió, la hermana mayor del niño tenía 26 años y vivía en Buenos Aires, el que le seguía tenía 24 y estaba en Puerto Deseado, y el otro tenía 22 y también estaba radicado en Buenos Aires.
El esposo de María y padre del niño, Celso Subelza, es uno de los pocos carpinteros de Rosario de la Frontera. Hoy la pareja aún trata de sobreponerse al horror en esa ciudad del sur salteño.
Celso habla despacio y, cada vez que le toca, pide disculpas a los periodistas por "no poder hablar". Explica que el dolor es demasiado y que la prioridad para ellos es tratar de que su esposa esté lo más tranquila que se pueda. Luego agradece y se despide con respeto. El 25 de febrero de 2020, María volvió a Salta acompañada por su marido, con las pocas fuerzas que le quedaban. El cajón con los restos de Santino llegó unas horas después.
Cuando regresaron a Rosario de la Frontera, las calles no eran las mismas que solo una semana atrás. Miles de personas participaban de marchas para manifestar dolor y reclamar respuestas.
Las tapas de los diarios hablaban del crimen que conmocionaba al país, los canales de televisión mostraban el lugar del asesinato. Los vecinos no podían entender y trataban de acompañar a la familia con carteles, flores y pedidos de justicia.
"El tío de Santi creó un equipo de fútbol en la categoría senior's que se llama Club Atlético Santinos para mantener viva su memoria", cuenta una mujer del pueblo donde todos recuerdan lo que pasó ese verano. La conmoción, el desconsuelo y el horror de 2020 marcaron para siempre la identidad de Rosario de la Frontera.
La condena al único acusado que llegó a juicio fue una respuesta que la sociedad esperaba de la Justicia, pero eso no hace que todos dejen de preguntarse cómo sería hoy Santino, si seguiría teniendo los mismos amigos que a la edad del prejardín, si de grande hubiera elegido la carpintería como su papá y su tío, si hubiera jugado en alguno de los equipos de fútbol de la localidad, si lo hubieran visto en los populares corsos que copan las calles en esta época, cuáles serían los sueños que ni siquiera le dejaron proyectar. Muchos creen que quizás los años atemperen las angustias, pero tienen claro el crimen seguirá siendo parte de una historia que no se puede olvidar.