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El Colin libertino construido para la serie de Netflix provoca una sorpresa desagradable, mientras que palidece al lado de la aplastante proximidad de una siempre brillante Penélope.
18 DE Mayo 2024 - 01:47
Durante la espera de la tercera temporada de Bridgerton, el éxito del spin-off "La reina Charlotte" sirvió para que paladeáramos la mejor receta de la serie principal: historias de amor con mucha química, por supuesto, pero también una nueva forma de presentar romances históricos, con personajes complejos y conflictos reales. Lo malo es que ahora que la espera de dos años por ver la continuación de la saga llegó a su fin, la vara había quedado muy alta entre el fandom.
Un cambio respecto de la segunda temporada es perceptible desde el primer episodio, cuando la pareja protagonista del año anterior aparece más al servicio de los fans que como motor de la trama. La estancia de Anthony (Jonathan Bailey) y Kate (Simone Ashley) dura poco, como era de esperarse, y pronto se anuncia una extensión de la luna de miel dela que venían disfrutando como excusa para sacarlos de escena. El vizconde y su esposa no sufren una desaparición abrupta e injustificada como la del duque de Hastings (Regé-Jean Page) y dejan el centro de la trama a Colin (Luke Newton) y Penélope (Nicola Coughlan), una pareja muy querida tanto por los espectadores de la serie como por los lectores de la obra de Julia Quinn.
Varios núcleos ya conocidos reciben nuevas dinámicas en esta tercera entrega y se destacan tres de ellos: las casas Bridgerton y Featherington, como ya se había anticipado en las imágenes aparecidas hasta el momento, y el sorprendente y bienvenido arco de Will Mondrich (Martins Imhangbe) y su familia. Se revela, al comienzo de la temporada, que el hijo mayor del exluchador heredó una herencia de viejos conocidos y ahora se ha convertido en barón, elevando el estatus de toda la familia a la nobleza. En estos cuatro capítulos, ya podemos ver al matrimonio Mondrich adaptándose a la alta sociedad londinense y sus conflictos, lo que funciona bien y aporta diferentes temáticas a la serie.
En relación con los Featherington, el tono cambia por completo. Si antes las historias giraban en torno de la madre intentando mantener un estatus en la alta sociedad con su familia que apenas encajaba en los círculos a los que aspiraban, ahora tenemos a Prudence (Bessie Carter) y Phillipa (Harriet Cains) casadas y en la búsqueda de traer un heredero a la familia.
El gran éxito aquí es encontrar un enfoque que funcione en este nuevo momento para el dúo, que sin duda refleja a las malvadas hermanas de Cenicienta, previamente perdidas entre no ser lo suficientemente malvadas para otorgarles un ángulo más dramático, ni lo suficientemente divertidas como para servir de alivio cómico.
En el núcleo de Bridgerton, la destacada es Francesca (Hannah Dodd). Aunque Eloise (Claudia Jessie) tiene un buen comienzo de temporada, basándose en el desarrollo de episodios anteriores, es la hermana menor quien toma el protagonismo como debutante en la alta sociedad. Dodd hace un gran trabajo al encarnar a la más singular de las hijas de Violet (Ruth Gemmell) y cautiva con su enfoque simple del personaje. La historia de Frannie avanza rápidamente y es refrescante explorar la visión del personaje sobre el matrimonio, que no es idealizada, pero tampoco desdeñosa. El matrimonio, para Francesca, es una puerta a la libertad lejos de su familia, tal como lo es para la protagonista de la tercera temporada. Y la cercanía de pensamiento entre ambas se refleja en varios momentos en que pueden intercambiar con Penélope miradas cómplices y breves charlas.
Penélope ya era uno de los personajes más queridos entre los fans, por lo que el reto aquí sería transformarla en protagonista sin que perdiera esa simpatía. No hay forma de evitarlo: Pen se adapta tan bien al papel de estrella del espectáculo que Coughlan merece sus buenos lauros. El carisma de la actriz y su química con sus compañeros de reparto elevan las escenas, mientras que su flexibilidad dramática ante diversos tipos de situaciones es una ventaja en manos de la producción. Ya sea drama, romance, comedia o incluso una rabieta, la actriz irlandesa cumple. Puntos extra para el equipo de peluquería y maquillaje, responsables del brillo protagónico que representa muy bien la nueva etapa de Penélope.
Lamentablemente, no se puede decir lo mismo de su pareja romántica. Entre muchas cosas que podrían salir mal a la hora de colocar como protagonista a la versión de Colin que conocemos en la serie, la única que funciona -aunque lejos de hacerlo satisfactoriamente- es la dinámica con su coprotagonista. Quienes han leído los libros ya han inundado las redes con reseñas que indican que el Colin de Netflix es completamente diferente al protagonista de "Seduciendo a Mr. Bridgerton", pero el problema no es el cambio. Al intentar imitar su versión literaria -sin mucho desarrollo- sugieren que lo han transformado del agua al vino. El Colin libertino que se acuesta con prostitutas (ni siquiera con una a la vez) y coquetea con todo aquello que tenga faldas solo provoca extrañeza. No ayuda que Newton no parezca adaptarse a este nuevo personaje que se le presenta. Ni siquiera los momentos claramente inspirados en el Anthony de Jonathan Bailey, con una intensidad forzada en escenas dramáticas, consiguen el efecto deseado.
En resumen, los primeros cuatro episodios de la tercera temporada tienen mucho de lo que hace especial a Bridgerton: momentos musicales memorables, una variedad de personajes y tramas desarrolladas con compromiso, drama familiar, chismes y romance. Es una pena, sin embargo, que esto solo funcione como una ambientación de época. Resta esperar que los cuatro episodios restantes permitan que Colin crezca, o que Bridgerton se asuma definitivamente como un mosaico de subtramas.