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Los asesores del candidato republicano ya tienen un plan para presionar a favor de un acuerdo entre Kiev y Moscú.
5 DE Julio 2024 - 02:03
El general retirado Keith Kellogg y Fred Fleitz, los dos principales asesores de seguridad nacional de Donald Trump, presentaron un plan para poner fin a la guerra de Rusia en Ucrania que en lo esencial implica notificar al gobierno de Volodymyr Zelensky que sólo recibirá más armas estadounidense si acepta entablar conversaciones de paz. En contrapartida, Estados Unidos advertiría a Moscú que cualquier negativa a negociar se traduciría en un aumento del apoyo estadounidense a Ucrania.
Según el plan de Kellogg y Fred Fleitz, ambos jefes de gabinete del Consejo de Seguridad Nacional durante la presidencia de Trump entre 2017 y 2021, habría un alto el fuego basado en las líneas de batalla existentes al inicio de las negociaciones. Fleitz confirmó que habían entregado la propuesta a Trump y habían encontrado una alentadora acogida.
Steven Cheung, vocero oficial de Trump, aclaró empero que sólo deben considerarse oficiales las declaraciones del propio ex presidente o de miembros autorizados de su campaña. Pero resaltó que "la guerra entre Rusia y Ucrania nunca hubiera ocurrido si Donad Trump hubiera sido presidente". Recordó que "Trump declaró en repetidas ocasiones que una de las principales prioridades de su segundo mandato será negociar rápidamente el fin de la guerra"
Esta iniciativa de paz supondría un cambio drástico en la posición de Estados Unidos y enfrentaría la resistencia de la mayoría de sus aliados europeos. En una reciente reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Gran Bretaña y Francia manifestaron que las conversaciones de paz tendrían que ser precedidas por el retiro de las tropas rusas de territorio ucraniano.
En contraste, con un tono marcadamente conciliador, Dimitri Peskov, vocero del Kremlin, advirtió que "el valor de cualquier plan reside en los matices y tener en cuenta el estado real de las cosas sobre el terreno". Ratificó también que el presidente ruso, Vladimir Putin, seguía abierto a las conversaciones. Putin ya había manifestado que la guerra concluiría de inmediato si Ucrania entregara los territorios reclamados por Moscú, hoy ya ocupados por el Ejército ruso, y abandonara su intención de ingresar a la OTAN.
Los elementos centrales del plan están esbozados en un documento publicado por el America First Policy Institute, un centro de pensamiento republicano en el que Kellogg y Fleitz ocupan puestos de liderazgo. Con un lenguaje coloquial Kellogg, sintetizó el contenido del proyecto: "Les decimos a los ucranianos: "tienen que venir a la mesa, y si no vienen a la mesa el apoyo de Estados Unidos se agotará. Y le dices a Putin: "tienen que venir a la mesa y si no vienes a la mesa les daremos a los ucranianos todo lo que necesitan para matarte en el campo de batalla".
La propuesta incluye también el compromiso occidental de que el ingreso de Ucrania a la OTAN se postergaría por un largo período pero el acuerdo tendría que dotar a Ucrania de garantías especiales de seguridad. Fleitz aventuró que una posibilidad sería "armar a Ucrania hasta los dientes".
Rusia invadió Ucrania en febrero 2022 pero las líneas del frente apenas se han movido sensiblemente desde finales de ese año, a pesar de las decenas de miles de muertos en ambos bandos envueltos en una implacable "guerra de trincheras". El escenario bélico combina el lento y agotador curso de la primera guerra mundial, magistralmente sintetizado en la novela "Sin novedad en el frente" del alemán Erich Lamarque, con los combates más sangrientos ocurridos durante la segunda guerra.
Según Fleitz, Ucrania no necesita ceder formalmente territorio a Rusia. No obstante, anticipó que es poco probable que Ucrania recupere el control efectivo de todo su territorio en el corto plazo y recalcó que "nuestra preocupación es que esto se ha convertido en una guerra de desgaste que va a matar a toda una generación de hombres jóvenes".
Los enemigos de Trump empiezan a resucitar las acusaciones sobre la "conexión rusa" del expresidente, ya utilizada en la campaña de 2016, cuando los "hackers" rusos penetraron en la computadora personal de Hillary Clinton y difundieron 12.000 correos electrónicos que entre otras cosas revelaban ciertas vinculaciones entre la candidata demócrata y algunos personajes influyentes de Wall Street.
Para descifrar el enigma de esa extraña trama de relaciones anudadas entre Putin y Trump corresponde recordar que, aún antes de la irrupción del magnate republicano en la política estadounidense, varios conspicuos representantes de la comunidad evangélica norteamericana ya habían establecido estrechos vínculos con Putin, a través de la Iglesia Ortodoxa Rusa, a la que el nuevo zar del Kremlin devolvió la influencia perdida durante la era comunista.
Putin levanta las banderas del conservadorismo cultural, reivindica la tradición cristiana de Rusia, es un declarado enemigo del aborto, no oculta su rechazo al reconocimiento de derechos a las minorías sexuales y, en coincidencia con la "nueva derecha", acusa a Europa Occidental de haber traicionado sus raíces religiosas.
En 2017, a principios de la "era Trump", en el Desayuno Nacional de Oración, un evento anual organizado en Washington por la cofradía evangélica, participó Alexandr Torshin, una personalidad allegada a Putin y artífice de la alianza entre el mandatario ruso y la Iglesia Ortodoxa.
Este tramado cultural explica que las reticencias del ala tradicional del Partido Republicano a todo acercamiento con Putin sea compensado por el apoyo que recoge en una base partidaria donde la cofradía evangélica asume un rol cada vez más protagónico.
Pero la posibilidad de una redefinición integral de la relación de Estados Unidos con Putin se inscribe también en una diferencia histórica entre republicanos y demócratas en política exterior.
Tradicionalmente los demócratas son partidarios de una estrategia orientada a afianzar los valores democráticos en el mundo entero. Los republicanos son mucho más pragmáticos y no reparan en nada que no sea el interés nacional de Estados Unidos.
Esa divergencia explica el énfasis de los gobiernos demócratas en la reivindicación de los derechos humanos y permitió a las administraciones republicanas respaldar a los regímenes dictatoriales latinoamericanos en la guerra fría. En la actualidad, esa concepción demócrata nutrió la política de Biden de promover una "Alianza de las Democracias" para enfrentar la expansión de los regímenes autoritarios, erigidos en una nueva versión del "eje del mal".
Fue Richard Nixon, un presidente republicano asesorado por Henry Kissinger, quien inició en 1971 la apertura de Estados Unidos hacia la China de Mao Tse Tung para aislar a la Unión Soviética. El propio Kissinger aconsejó en 2016 al entonces recién electo presidente Trump sobre la conveniencia de ejecutar, a la inversa, un acercamiento con Moscú para contener la expansión china.
Zbigniew Brzezinski, quien junto a Kissinger fue el artífice más destacado de la política exterior estadounidenses de las últimas décadas, en su libro "El gran tablero mundial", publicado en 1997, advertía que la mayor amenaza estratégica que podría afrontar Estados Unidos sería la configuración de un eje trilateral entre la Unión Soviética, China e Irán.
Ese peligro está hoy en vísperas de concreción, aunque el liderazgo de ese triángulo haya pasado de Moscú a Beijing. China, Rusia e Irán han realizado ya maniobras militares conjuntas y el régimen teocrático de Teherán ingresó a los BRICS, el bloque económico impulsado por China, India, Rusia, Brasil y Sudáfrica.
Resulta previsible entonces que una eventual victoria de Trump en las elecciones de noviembre desate un giro copernicano en la estrategia global de Washington, que tomaría el rumbo sugerido por Kissinger de acercarse a Rusia para evitar la materialización del peligro anticipado por Brzezinski. En ese caso la prenda de negociación sería Ucrania.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico